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Viernes, 11 de julio de 2014 
Pulso
Canciller Muñoz: Esperando la final
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EN pocos días más se cierra la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014, primera en América del Sur desde que Argentina obtuvo la copa en su país en 1978. Pocas veces, entonces, tenemos una fiesta mundial del fútbol en el vecindario, aunque Brasil sea el equipo que más veces se ha llevado la copa para la casa -cinco- en tanto Argentina y Uruguay tienen dos copas a su haber.

La estadística del fútbol es cruel: 76 equipos han clasificado para los mundiales, pero en las finales han estado sólo 12; y sólo 8 de ellos han ganado alguna vez la copa. Sin embargo, es realmente una fiesta mundial, con resonancias en los cinco continentes, y por ello la FIFA ha llevado el acontecimiento a países con menos tradición futbolística como Estados Unidos, Sudáfrica y, en el 2022, Senegal. Salvo las Olimpiadas ningún otro espectáculo deportivo goza de la audiencia de la Copa Mundial de Fútbol, que despierta además una pasión en los espectadores que no admite comparación. Es cierto que también muestra en ocasiones rasgos de extremo nacionalismo y descalificaciones racistas, tanto en la Copa Mundial como en prestigiosas ligas europeas, pero finalmente prevalece el sentido de la fiesta y la competencia que enaltece el buen juego y la voluntad de sobreponerse a todas las dificultades.

Chile quedó fuera nuevamente en octavos de final, y nuevamente Brasil fue nuestro verdugo. No fue justo el resultado, pero en el fútbol no hay justicia. El juego mezquino de Brasil contra Chile quedó al descubierto en pleno en la paliza 7 a 1 que le propinó Alemania. El Maracanazo quedará en el olvido con este Mineirazo. Chile contra Brasil jugó con garra, con fuerza y calidad. Nos dolió la derrota en penales, pero esta vez sí pudimos sentirnos orgullosos, porque la selección de Medel, Sánchez, Vidal y Bravo, entre tantos otros brillantes jugadores, cumplió una excepcional actuación.

Escribo esta columna cuando ya está claro que la final será entre Argentina y Alemania. Ambos conjuntos tienen tradición ganadora y han entregado al mundo jugadores de clase mundial, quizás de los mejores de la historia de este deporte. Estoy con Argentina. Así se lo dije al Canciller argentino Héctor Timerman en una nota que le mandé. Y no es por protocolo, pues confío en que Argentina derrote a la máquina alemana equilibrando así la balanza histórica para dejar en diez las copas para Europa y diez para América del Sur. Ello ayudaría a arraigar aún más el fútbol en nuestras tierras, un deporte que se practica desde el potrero de tierra, con pelotas de calcetines rellenos -como tantas veces jugué en las calles de Estación Central- hasta las canchas de verdad y con historia como el Maracaná, la Bombonera o el Estadio Nacional de Chile.

Fútbol, un deporte que nos identifica nos alegra y muchas veces nos deprime por la diversa suerte de nuestros equipos, pero que, más allá de todo, es un factor de unidad en torno al juego, que celebra tanto el azar como la habilidad pero mucho más la estrategia que el golpe de fortuna. Como la vida, nada es totalmente predecible en el fútbol, pero mi corazón está con Argentina en la final. Que siga la fiesta y que, ojalá, tengamos otra vez un campeón en el barrio sudamericano.